Muchos autónomos abren un negocio con toda la ilusión del mundo. En muchos casos se trata de su sueño, no importa el número de horas que tengan que estar allí, al fin y al cabo se trata de su vida. Pero al final de mes los números no acaban de salir. El negocio funciona, pero no despega y como muchos consiguen autoemplearse.
Esta situación es una problema a medio plazo. A corto plazo la ilusión inicial, pensar que mañana mejorará, la falta de una perspectiva histórica de la facturación que podemos conseguir, etc. nos impulsan a continuar. A seguir adelante para que este negocio nos permita crecer, vivir más desahogados, poder contratar a alguien que nos ayude o la utopía de irnos de vacaciones unos días.
Pero a medio plazo, esa ilusión se desvanece un poco, ya no es tan intensa y las horas dedicadas cada día cada vez pesan un poco más. Por eso aunque el negocio sea rentable, nos de para vivir de forma más o menos holgada hay muchos que abandonan. Y lo hacen con cierto amargor y mucha resignación.
En el momento en que encuentran la posibilidad de tener un contrato por cuenta ajena, con un salario que les va a dar más o menos lo mismo que ganan con su negocio, pero con el que tienen más derechos, días de vacaciones, saben lo que cobran cada fin de mes o saben que tienen ocho horas de trabajo al día, no 10 o 12.
Y esas horas de más no solo se las roban a su ocio, a sus aficiones, sino que muchas veces se las están robando a su familia. No han visto crecer a sus hijos, no se han dado cuenta y lo único que han hecho ha sido trabajar. Han dedicado tanto tiempo a trabajar que se han olvidado de dedicar un poco a saber cómo ganar dinero.
Porque el principal problema para romper con el autoempleo es generar más ingresos y reducir gastos. Y en la mayoría de las casos no tienen claro como lograrlo. Por este motivo en muchos casos se pone punto y final a nuestra aventura como autónomos y nos dedicamos a otra cosa, con la esperanza de vivir más tranquilos.
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