A uno le gusta actualizarse. Asiste periódicamente a programas de formación, y eso que soy relativamente escéptico sobre el tema. En general, me conformo con sacar la quinta parte de lo que me prometen para darme por satisfecho. Creo que, al margen de los contenidos formativos, el pararse a pensar por un momento, ajeno al día a día de la empresa, el establecimiento de nuevas relaciones sociales, el tener nuevos enfoques, desde mundos aparentemente lejanos, de viejos problemas, etc, todo ello merece muy mucho la pena. Insisto que siendo muy crítico con todo ese mundillo (y si es con dinero publico aún más).
Pues bien, hace 8 años descubrí, en un postgrado, una herramienta de estudio de la que (formalmente) no había oído hablar en mi vida: los mapas mentales. Lo curioso es que los docentes daban por hecho de que los manejábamos, de que era algo dominado por nosotros. Pues bien, me temo que como setentero total no era el caso. Así que eche un vistazo. Y lo cierto es que, desde entonces, considero al mapa mental como una valiosa herramienta de trabajo. Para todos aquellos que estabais como yo, paso a describiros su esencia y ventajas.
Un mapa mental es un esquema de una idea, de una tesis, que combina de un modo libre texto e imágenes. Frente a los tradicionales esquema que estabamos acostumbrados a manejar en nuestra EGB, el mapa mental estaba bastante menos encorsetado, es más libre, más gráfico (muy propio del mundo en que vivimos). Yo lo denominaría esquema 2.0.
Lo cierto es que comprender lo que son y como se realizan es más complicado de explicar que de ver (lógico). Lo ideal suele ser plasmar en el centro de la hoja una idea central y a partir de ahí tejer una red de relaciones entre conceptos, desarrollándolos en la medida de lo necesario. Su flexibilidad permite incorporar nuevos términos, nuevos vínculos, de un modo bastante más sencillo que con el esquema tradicional, favoreciendo la generación de nuevas ideas.
Lo dicho, que una imagen suele ser mejor que mil palabras. Y en un mapa mental más.
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