Hablamos largo y tendido sobre montar empresas, negocios, actividades diversas para emprender… En todas estas conversaciones, dejamos siempre aparcado el propio impacto que puede suponer en nuestras relaciones sentimentales afrontar cualquier tipo de proyecto empresarial.
Cuando nos decidimos a lanzar cualquier proyecto, de más o menos envergadura o recurrimos al autoempleo, tenemos que tener en cuenta que nuestra vida entra en un descontrol continuo que no todo el mundo está dispuesto a aguantar. Y por todo el mundo me refiero a nuestra pareja, hijos y resto de familia.
No hablo de la soledad que puede afectar al emprendedor sino de realizar los pactos básicos y del diseño del escenario con nuestra pareja en el que nos vamos a mover durante los próximos tres años como mínimo.
La economía familiar se va a resentir bastante en casi todos los casos. Si pasamos de trabajar por cuenta ajena a cuenta propia, la incógnita sobre nuestros ingresos planea sobre nuestra cabeza y más vale situarse en el peor de los casos y plantear recortes importantes a nivel familiar de gastos superfluos.
El tiempo que dedicamos a nuestra pareja o a nosotros mismos cae en picado. Este factor de separación temporal puede hacer saltar por los aires cualquier relación por fuerte que sea su base. Tendemos a dedicar todo el tiempo a nuestra empresa y muy poco a nuestra pareja. Sentirse abandonado es malo para ambos.
Separar los problemas laborales es muy complicado y si nos los llevamos a casa, peor aún. Trasladar la misma tensión y estrés a nuestro hogar es muy frecuente, con lo cual deteriora más aún cualquier relación previa.
Hay que tener las cosas muy claras antes de embarcarse y debemos evaluar si estamos dispuestos a asumir las consecuencias personales que nos puede acarrear montar una empresa. En la mayoría de los casos, las parejas se rompen y muy pocas aguantan el temporal. Se admiten opiniones al respecto.
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