Desde el inicio de la crisis, ante la menor disponibilidad de dinero por parte de las familias, muchos han ido cambiando paulatinamente sus hábitos de consumo, y en consecuencia, uno de los sectores de actividad que más se ha resentido ha sido la hostelería, existiendo una gran preocupación por quienes regentan este tipo de negocios.
En estas nuevas circunstancias he notado de un tiempo a esta parte el auge de bares y restaurantes low cost, que con una carta muy competitiva en precio pretende acaparar a un cliente que quiere salir a comer fuera pero con un presupuesto mucho menor. Esta nueva tendencia está haciendo mucho daño a los restaurantes más tradicionales, ya que además de afrontar los envites de la crisis, tienen que luchar con la merma que este tipo de negocios ejercen sobre sus clientes habituales y potenciales.
A pesar de lo duro que resulta esta 'batalla' comercial en estos términos, en mi opinión no creo que se trate de negocios excluyentes, más bien complementarios, porque en realidad cada uno de ellos tiene su público objetivo. Por lo que de ninguna manera, un negocio con solera, con una carta de categoría y con un buen servicio y atención, tiene que reconvertirse en un establecimiento hostelero de bajo coste, porque el valor que aporta al cliente es muy distinto al de los anteriores, y por tanto su precio no tiene que ser el mismo.
Lo que si recomendaría a los restaurantes más tradicionales, es que jueguen con la diversidad, porque los clientes, dentro de una línea culinaria, siempre les gusta encontrarse con algo nuevo, una atención acorde a sus expectativas, y la calidad de su estándar de referencia. Es decir, que debemos aprovechar nuestras ventajas competitivas, demostrando que ese 'plus' en el precio está justificado, y creyéndonos que lo podemos hacer, porque muy a pesar de la crisis, la variable precio no es la única que resulta decisiva.
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