Un profesional liberal puede montar su propio negocio, darse de alta como autónomo y empezar a ejercer su actividad, sin la ayuda ni la intervención de nadie más, lo que no excluye colaboraciones con otros profesionales, o incluso externalización de algunos servicios, a los efectos del presente artículo solo haré tres distinciones: en solitario, en sociedad, o con un equipo propio a cargo.
En solitario:
Esta manera de trabajar puede ser la más beneficiosa para nuestra salud si conseguimos marcar nosotros el ritmo de nuestro trabajo, sobre el que tenemos total autonomía si conseguimos (no suele ser fácil) seguir algunas reglas:
Distinguir lo urgente de lo importante, priorizar lo importante. El cliente no siempre tiene razón, y es probable que eso que nos pide con tanta urgencia no corra tanta prisa, darse cuenta de eso, y sobre todo conseguir que el cliente lo reconozca, nos puede librar de mucho estrés innecesario.
No comprometernos a plazos que no podremos cumplir. Sólo nos generará ansiedad y frustración, y finalmente quedaremos mal con el cliente al entregar el trabajo fuera del plazo acordado.
Gestionar nuestro propio tiempo de trabajo. Es importante ser organizado, tratar de imponernos un horario con cierto grado de flexibilidad, pero que nos permita tener control sobre nuestra actividad.
En sociedad:
Trabajar en sociedad, sobre todo si la sociedad está formada por pocos miembros (no más de tres) requiere un esfuerzo extra de organización, tanto en el tiempo como en el reparto de tareas, una sociedad que trabaje como un equipo siempre será más productiva que la mera suma de sus miembros. Las reglas expresadas en el punto anterior también son de aplicación a la sociedad, y a esas se añaden entre otras las siguientes:
Tener claros los roles de cada uno dentro del equipo es fundamental. Quien se encarga de que en cada momento ayuda a la organización, y a que la sociedad sea un equipo realmente.
Los grados de responsabilidad de cada uno de los miembros y el peso en la toma de decisiones, es un punto que conviene tener claro desde el inicio, para evitar conflictos futuros.
Con un equipo a cargo:
Aumenta la responsabilidad, ya que no sólo trabajamos para nosotros, sino para los que trabajan a nuestro cargo.
Conviene tener claro que aquellos a nuestro cargo son personas, no herramientas, y deben ser tratadas como tales, a las herramientas se les puede exigir mayor rendimiento sin darles nada a cambio, pero incluso las herramientas una vez sobrepasados unos límites rompen. Hacer que los componentes del equipo se involucren en el proyecto es fundamental, para conseguirlo, la mejor manera es que se sientan recompensados por sus esfuerzos. Un equipo al que cada vez se le exige mayor esfuerzo sin ninguna contraprestación, acaba por desilusionarse y no rendir.
La contraprestación no tiene porque ser exclusivamente económica, un reconocimiento público (aunque el público sean sólo los compañeros) de tu trabajo, a veces puede ser suficiente. Que el equipo tenga la percepción de que trabajan como esclavos, permanentemente en la sombra, a la larga puede resultar contraproducente.
Se aplican el resto de reglas de los casos anteriores, y la regla fundamental que se añade aquí se resume en saber motivar al equipo.
Tanto si el equipo es muy grande y está jerarquizado, como si es un pequeño equipo; tanto si lo dirigimos nosotros, como si los dirigimos como parte de una sociedad; las reglas son las mismas.
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Imagen | Fran Carreira