Aún recuerdo cuando hace casi dos años el entonces presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, decía ante los medios de comunicación que la única forma de salir de la crisis sería trabajando todos más horas y cobrando menos. Se supone que el ex presidente de la patronal quería fomentar la competitividad de las empresas españolas, sobre todo de cara al exterior.
Pero, ¿de verdad es esta la única forma de aumentar la competitividad del país? Hay un componente intangible muy importante en esta relación: la motivación de los empleados, que influye en la productividad de los mismos, y por tanto en la calidad de los productos que fabrican.
Hay que decir que la productividad es una métrica muy subjetiva. Podemos calcular la productividad de una empresa manufacturera por el cociente entre el número de unidades producidas y la cantidad de insumos empleados. Los insumos, a su vez, se pueden dividir básicamente en capital y trabajo; como los costes del capital son prácticamente fijos (por lo general emplearemos una maquinaria concreta durante varios años), la única reducción posible de costes viene del lado del salario.
Desde luego, si solo tenemos en cuenta el aspecto cuantitativo de la productividad, el Señor Díaz Ferrán está en lo cierto. Trabajar más y cobrar menos aumentará la productividad empresarial al reducir los insumos empleados (por el menor coste laboral), y debería aumentar las unidades producidas (al aumentar la jornada de trabajo). Incluso muchos economistas lo ven como una posible solución al problema de demanda interior y exterior, al considerarlo en la práctica una devaluación interna de la moneda, reduciendo los precios de los productos y por tanto mejoraría la competitividad de las empresas en el exterior, aumentando de esta manera las exportaciones y la demanda interna.
Sin embargo, lo que a priori puede parecer simple y sencillo mediante modelos matemáticos más o menos demostrados puede no serlo tanto si pensamos en las características cualitativas de este tipo de relaciones. Pensemos en la inversión en formación, que perfectamente podemos incluirlo como un beneficio dentro del salario de los empleados. Numerosos estudios confirman que un empleado formado podrá realizar el trabajo seis veces más rápido que un trabajador que no lo está ¿acaso esto no es un aumento de la productividad?
Pero no solo es aplicable a los empleados por cuenta ajena. Imagina un fontanero que realiza su trabajo, y que para mejorar su competitividad decide reducir su margen empresarial. ¿No tendrá, acaso, menor incentivo a realizar una mayor inversión? Si, al contrario, este fontanero tiene una mayor probabilidad de conseguir un mejor salario, intentará realizar una inversión mayor en capital para reducir costes. Es decir, no solo una mejor productividad permite tener mejores salarios, si no que mayores sueldos acaban conduciendo a una mayor productividad por hora trabajada.
Y es precisamente la productividad del trabajo lo que mejora la calidad de los productos. Si el modelo productivo español se basara en dotar a los productos de una mayor calidad puedes competir con otros países sin necesidad de llevar a cabo estrategias de fijación de precios a la baja, lo que además repercutirá positivamente en el bienestar interno. En este sentido, la motivación de los empleados es clave, y subir las horas de trabajo reduciendo el salario puede no ser la mejor estrategia para conseguirlo.
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