Valorar o establecer el precio de un servicio es difícil, y más difícil es aún valorar aquellos que por sus características son intangibles, como puede ser un servicio de consultoría.
Cuando alguien me plantea cómo debe valorar su trabajo, e independientemente de los factores a tener en cuenta para el establecimiento del precio de un servicio, como pueden ser los costes directos, indirectos o el beneficio que se desea obtener, siempre les cuento la misma historia.
Seguro que muchos de vosotros ya la habréis oído en otras versiones y con otros protagonistas, pero me quedo con esta que hace referencia a un gremio al que se le atribuye una mala fama (¿inmerecida?, habrá casos para todos los gustos): los mecánicos.
La historia versa sobre un alto directivo que ha adquirido recientemente un coche de lujo, de más de 60.000 euros. El hombre en cuestión está muy satisfecho con el mismo, disfruta de su conducción, y de su alta comodidad, hasta que finalizada la garantía empieza a oír un pequeño ruido en la parte delantera izquierda que le molesta muchísimo. Intenta ahogar el odioso sonido subiendo el volumen del equipo de música, pero es imposible. Por ello, decide llevar el vehículo al concesionario oficial. Allí lo revisan con esmero, lo ponen a punto, lo lavan y se lo entregan, en principio todo solucionado. El ejecutivo paga la elevada factura y se va a su casa.
Por desgracia, durante el camino, se da cuenta que todo sigue igual, el ruido persiste. Enojado acude nuevamente al taller, lo revisan minuciosamente, y no encuentran nada. El directivo, decide ir al servicio de atención al cliente de la marca, y allí le dicen que el coche no tiene nada, que no saben qué es el ruido, pero no obstante, conocen a un profesional de un pequeño taller, ex empleado de la marca, que puede ayudarle.
Nuestro ejecutivo, ni corto ni perezoso se desplaza hasta allí, un pequeño taller de vehículos antiguos, y habla con el mecánico, un señor de alrededor de 55 años, ataviado con su mono azul. El ejecutivo le cuenta su disgusto, lo contento que estaba con su vehículo y que ahora es insoportable conducirlo.
El mecánico le da la solución, pero le advierte que la reparación le va a costar 3.000 €. Nuestro directivo, harto de la situación, accede, por lo que introduce el coche en el taller, allí el mecánico se desliza bajo el coche, extrae un tornillo y lo reemplaza por otro.
Juntos van a probar el vehículo, y efectivamente el ruido ha cesado. Entonces, nuestro ejecutivo pregunta que como puede ser tan caro un tornillo, el mecánico entre risas, le dice que el tornillo no es caro, tan sólo vale un euro, los 2.999€ restantes son lo que vale saber exactamente qué tornillo hacía el ruido.
Aquí cada uno puede extraer su moraleja, yo me quedo con la que hace referencia a que cuando contratas un servicio, no sólo contratas el tiempo que te va a dedicar una persona en prestártelo, estás pagando por sus conocimientos y su experiencia, y esto es difícil de valorar.
Porque ¿qué habría hecho nuestro ejecutivo si no hubiera acudido a nuestro mecánico experto? Pues habría seguido escuchando el molesto ruido o habría peregrinado por otros talleres, abonando las correspondientes facturas hasta encontrar a su salvador.
Imagen | Anuncio de Fiat