Una de las estrategias más utilizadas por las empresas que pretenden ganar competitividad es la reducción en los precios de sus productos. En efecto, la teoría dice que una reducción en el precio redundará en mayores ventas, sacando stock al mercado y garantizando la viabilidad de la empresa a medio plazo.
Sin embargo, la reducción de precio no aumenta las ventas de forma aislada, pudiendo crear otro tipo de problema que pueden empeorar la imagen de la empresa si no se analizan de manera adecuada, y que tienen difícil remedio a posteriori.
En primer lugar, es cierto que una reducción en el precio de nuestros productos facilita la decisión del compra del consumidor, pero a costa de reducir también el margen de beneficio del producto, puesto que su coste permanece intacto. Por este motivo, el beneficio de la empresa no siempre se ve incrementado.
Para que una reducción en el precio de nuestros compense esta reducción de márgenes, es siempre necesario aumentar nuestra masa de clientes, lo que no siempre ocurre e, incluso, en ocasiones, no es deseable. Además, los menores márgenes provocan una disminución del presupuesto dedicado a otras áreas de la empresa, como marketing, lo que puede acabar siendo insostenible.
Sin embargo, el efecto más indeseable es que esta reducción de precios es que esta política acabe por no tener efecto. Si la única razón que hace que tu producto sea atractivo es que éste es barato, acabará llegando un momento en el cual los competidores ofrezcan un producto similar a un precio sensiblemente inferior al nuestro. Acabamos entrando en una guerra de precios que solo es beneficiosa para el consumidor, pero puede acabar siendo muy perjudicial para nosotros.
Por supuesto que es posible obtener mayores beneficios vendiendo nuestros productos con un margen muy pequeño, pero no resulta fácil que este tipo de modelo de negocio acabe siendo sostenible a medio plazo, y mucho menos a largo plazo.
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