Después de dos meses de vacaciones, hasta el estudiante con la mejor memoria del mundo se olvida de lo poco eficientes que pueden llegar a ser las universidades españolas. Aunque sus funciones principales sean la formación y la investigación, cualquier universidad no deja de ser una empresa. A pesar de su carácter público, comparte un gran número de elementos de su gestión con los de cualquier empresa privada.
De hecho, las universidades mejor gestionadas son las que cumplen mejor su labor. En este sentido, hay algunas lecciones que podemos aprender de estos centros de conocimiento, para evitar malas prácticas en nuestras empresas:
Hay presupuesto para un aulario de 6 millones de euros pero no para contratar a un profesor asociado: Es habitual leer noticias en la prensa sobre la inauguración de un edificio por parte de la universidad local. En estas, políticos locales, regionales y el rector de turno aseguran que, con la nueva infraestructura, la universidad en cuestión será capaz de prestar servicios y enseñanzas que hasta el momento no ofrecía. Eso sí, llegado el momento de la verdad, no hay presupuesto para contratar a un mísero profesor asociado (de esos que, con suerte, ganan 500 €). Este tipo de problemas van asociados al uso de unidades de gasto para la gestión del presupuesto. Asimismo, el exceso de burocracia impide que se libere dinero fuera de las partidas asociadas a principios de año. Por tanto, ahí va la primera lección: la estructura del presupuesto debe ser lo más flexible posible. Fijar, al comienzo de cada ejercicio, una estructura de gastos e ingresos es una medida organizativa positiva. Sin embargo, el presupuesto anual no es una ley divina. Si debe infringirse a menudo, quizá haya que incorporar los mecanismos necesarios para hacer frente a la aparición de imprevistos.
Un investigador de alto nivel no es un administrativo: A cualquier persona que no esté familiarizada con el mundillo universitario le sorprende la cantidad de papeleo que tiene que gestionar un investigador. Tanto para conseguir presupuesto para nuevas investigaciones como para disponer de fondos para el funcionamiento normal del departamento, un investigador emplea una parte considerable de su tiempo de trabajo (más de un tercio) en cumplir estos trámites. Esto es así a pesar del hecho de que un administrativo llevaría a cabo este trabajo de forma más eficiente (después de todo, un doctorado en física cuántica no habilita automáticamente para rellenar impresos). Esto nos lleva a la segunda lección de hoy: hay que asignar a cada trabajador las tareas que realizará de forma más eficiente. En muchas empresas existe la ibérica costumbre de tener chicos para todo, que se encargan de sacar adelante tareas muy distintas entre sí. Del mismo modo que no ponemos a un mecánico a hacer instalaciones eléctricas en un edificio, nuestros trabajadores deberían tener muy definidas sus labores, asegurándonos de que estos cuentan con la formación y la capacidad necesarias para llevarlas a cabo.
La función de un becario que cobra 300 € no es descargar un camión: Hace unos días, unos compañeros de clase me pasaban un anuncio del servicio de inserción laboral de mi universidad. En este se ofrecía un puesto de becario, con una remuneración de 300 €, en una importante empresa de transportes. Su labor consistiría en descargar camiones. Así de claro. Y para el puesto se exigía una licenciatura. Tercera lección: los becarios no son esclavos ni mano de obra barata. La función de estos es disponer de personal en formación dentro de nuestra empresa, del que vamos a nutrirnos en el futuro para cubrir nuestras necesidades laborales. Cualquier otro uso puede que no sea ilegal, aunque pervierte maliciosamente la función de esta figura.
¿Creeis que podemos aprender alguna lección más (positiva o negativa) del mundo universitario?
Imagen | Dimitry B En Pymes y Autónomos | ¿Debe cobrar el becario?