No hay peor imagen de nosotros mismos que podamos dar, que la imagen de personas que llegan tarde a los lugares. Y no nos engañemos con aquello de que llegar un poco tarde ya va bien pues “parece que estemos ocupados y tengamos responsabilidades”, pues si esto en algún contexto u ocasión puede ser cierto, como norma general no es así.
Y no es así, pues el llegar tarde desde siempre ha sido considerado como un síntoma de descortesía e incluso de mala educación, de muy mala educación incluso para algunas culturas, y si ello es obvio para el mundo personal, es casi vital para un profesional.
Cuidado que decir que no se tiene que llegar tarde a los sitios tampoco significa que se deba de llegar excesivamente temprano, a mi entender lo apropiado es llegar a la hora justa, ni más ni menos, pues si llegamos tarde seremos descorteses y si llegamos excesivamente temprano podemos dar la imagen de ociosos o crear sentimiento de culpabilidad en la otra parte por haberle tenido nosotros que esperar.
Por supuesto que incidentes y accidentes pueden surgir y es lógico y normal que no podamos llegar siempre a la hora en punto, exacta, y que jamás lleguemos tarde, pero lo que no puede convertirse es una costumbre, casi un deporte olímpico para algunos. Ahora bien si de marcas olímpicas quieren hablar algunos, las recordaré como creo ya hice en otra ocasión: cinco minutos es el límite de demora de la cortesía, y más allá de los veinte minutos es intolerable.
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