Las empresas van adaptando la tecnología a su negocio para sacarle el máximo partido, para tratar de hacer que sus procesos internos sean más eficientes. Un ejemplo es la incorporación de los smartphones donde muchas veces nos sirven para comunicarnos con el resto del equipo, recibir órdenes de trabajo, etc. Pero también puede tener un inconveniente si trabajamos de cara al público el uso del smartphone, ya que muchas veces no saben si trabajamos o jugamos.
Un ejemplo sencillo es el uso de estos dispositivos como comanderos en la hostelería, de manera que nos sirven para recoger los pedidos de los clientes y llegan automáticamente a cocina o la barra para prepararlos. El problema es que muchas veces podemos esperar a que nos atiendan y encontramos a alguien concentrado con el smartphone.
No tiene nada de malo, está haciendo su trabajo, pero muchas veces el cliente no lo sabe y en algún caso se puede sentir molesto. No es culpa de la tecnología, pero es tan común que se utilice el móvil en el trabajo para cuestiones personales, que casi parece raro verlo como una herramienta profesional.
Lo cierto es que poco a poco deberíamos verlo más en esta segunda función profesional. No se trata de poner taquillas para móviles en en los trabajos, donde los empleados los tengan que depositar al iniciar su turno para que no los utilicen, sino más bien aplicar el sentido común, aunque a veces sinceramente parece mucho pedir.
Los smartphones como herramientas profesionales todavía tienen mucho camino que recorrer, mucha áreas de la empresa en la que sacarles partido y ser más eficientes, pero también tenemos que saber vendérselo al cliente, como algo que nos va a permitir satisfacer mejor sus necesidades.
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