Muchas veces en las empresas se implantan determinadas soluciones tecnológicas con las que luego no acabamos por sentirnos del todo cómodos. Por lo general se ha realizado un esfuerzo en la inversión y las expectativas que nos generaba no se están cumpliendo según teníamos previsto, pero ¿por qué no estamos contentos con la nueva tecnología implantada en la empresa?
Puede ser por diferentes motivos entre los que podríamos destacar los siguientes:
No mejora nuestra productividad como esperábamos, por lo que el retorno de la inversión será más lento de lo esperado. Esto ocurre muchas veces cuando se sustituye a una tecnología precedente ya en funcionamiento.
Tiene una curva de aprendizaje muy alta, por lo que para empezar a utilizarlo y manejarlo con soltura necesitamos un periodo de adaptación que dura varias semanas.
No cumple con las expectativas que teníamos puesta en él, algo que no es raro que ocurra, aunque no siempre es culpa de la tecnología. Muchas veces nos autoconvencemos de las bondades del cambio, convencemos a los empleados de que esto va a ser maravilloso, y luego, aunque funcione con normalidad no llega a cumplir la promesa que hicimos...
Nos obliga a cambiar la forma de trabajo algo que muchas veces no hemos tenido en cuenta a la hora de adoptar una nueva tecnología en nuestra empresa.
Genera nuevos trabajos derivados del mantenimiento necesario de dicha herramienta. Esto nos supone en muchos casos que la productividad que nos ha mejorado por un lado, nos la está mermando en cierta forma por otro.
No es fácil introducir cambios en las rutinas de las empresas. Si los cambios requieren una inversión y luego no estamos contentos con los resultados, o teníamos unas expectativas que no se cumplen al final resulta que acabamos trabajando con las nuevas herramientas descontentos y preguntándonos por qué hemos cambiado.
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