Uno puede ser brillante en su profesión. Ser un apasionado y experto en su campo. Pero ninguna de esas cualidades sirve si no somos capaces de vender nuestro talento. Vender dicho desde el tono menos peyorativo.
Todos conocemos a ese amigo que es un genio diseñando, programando o en otras facetas. ¿Cuál es su freno para que los demás conozcan su destreza? Él. Tanto en el terreno personal, como en el profesional la falta de confianza, autoestima o confundir respeto con ambición es un freno impuesto peligroso. No creer en ti será el mayor obstáculo para destacar.
Este problema va más allá del contexto económico que no ofrece oportunidades laborales casi en ningún sector. Tiene que ver con lo mal visto que está ser ambicioso.
Si buscamos la definición en la RAE leemos: Ambición: 1. f. Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. ¿Riquezas, fama? Prefiero la segunda acepción: dignidades.
En el terreno laboral se reflejan los mismos miedos y temores que en el personal, como cuando ese estudiante brillante, no levantaba la mano en clase por temor a ser insultado por los demás. Siempre es mejor no destacar en según qué ámbitos.
Pero llega un momento en la vida, en que con asombro vemos cómo se mezclan los talentosos con quienes tienen una excesiva confianza en sí mismos y quizás poca preparación. ¿Qué ha sucedido con el talentoso callado?
Que así permanece, en silencio como si se hubiera estancado en ese aula de la infancia.
Si poseemos un conocimiento, una habilidad, algo se nos da bien, no seamos egoístas y abramos el cajón para mostrar primero a nosotros y después a los demás, qué sabemos hacer.
La ambición no es mala. Lo malo es permanecer en un anonimato eterno.No esperemos eternamente a que nos descubran.
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Imagen|Guadalupe Cervilla