Hay clientes que son absorbentes, conflictivos, sabes que serán poco rentables y muy exigentes. Y a pesar de todo se mantienen en nuestra cartera, aunque sabes que son ladrones de tiempo y acaban por monopolizar toda nuestra atención. Por eso es necesario decir no a un cliente, para poder decir sí a otros muchos.
Porque a todas estas características se suma otras que lejos de mejorar la relación con nuestra empresa la empeoran. Normalmente cuesta mucho que te escuchen, pero más todavía que se dejen aconsejar o nos hagan caso. Si ya han tomado una decisión o un camino, aunque les adviertas que van hacia el precipicio no suelen hacer caso.
Peor todavía es cuando empiezan a realizar peticiones que muchas veces nos obligan a rehacer el trabajo una y otra vez. Y todo esto suele ir acompañado de un tira y afloja presupuestario donde el exceso de horas realizadas o el ajuste de los precios suelen jugar siempre en contra de la empresa.
Y para rematar el pastel, en muchos casos ni siquiera llegan a pagar. O al menos no la totalidad. Siempre se salen con alguna excusa de los 10 millones de peticiones, resulta que hay una, importantísima para ellos que no se ha cumplido y les sirve de autojustificación para no pagar.
No solo se trata de que casi no ganemos dinero, sino de que este tipo de clientes tienen un coste de oportunidad tan alto, que supondrán un desgaste tan importante que otros clientes que nos reportan más beneficio en muchas ocasiones se quedarán colgados.
Al final lo único que deseamos es quitárnoslos de encima, por lo que muchas veces se accede a lo que nos pide con tal de acabar de una vez. Ellos lo saben, porque no es la primera vez que lo hacen. Es su baza para conseguir todo lo que quieren a un coste irrisorio. Y para rematar la faena, en muchas ocasiones ni siquiera son clientes fieles.
Imagen | Geralt